viernes, 30 de marzo de 2018

A propósito del Viernes Santo, una reconciliación en Siete Palabras



Por: Yoaxis Marcheco Suárez

"Génesis 3:15 Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar". 

La relación entre Dios y el ser humano se rompió desde los inicios de la humanidad, satanás y el pecado fueron los elementos que separaron a la criatura de su Creador, estableciendo un abismo entre ambos. La desobediencia fue el condimento que sasonó al pecado, la falta de voluntad de seguir las instrucciones divinas, la torpeza humana de creer que la plenitud de la libertad se pueden alcanzar alejados de Dios. Tras la ruptura la muerte asoló a la creación, la decadencia reina desde entonces en un mundo apartado del plan para el que fue diseñado. Vidas sin propósitos, desorientadas, un mundo de corrupción que perece. Lo que fue creado para ser eterno, llora y gime con Fuertes dolores de parto para finalmente terminar en el sepulcro. ¿Quién firmó esta sentencia? ¿Dios? Toda decisión tiene consecuencias, la libertad ha sido el elemento más justo e importante otorgado por Dios a los seres humanos, la elección de un camino a seguir es asunto nuestro, Dios no interfiere en ese particular, pero nuestras decisiones afectan a nuestro medio y a nosotros mismos, somos víctimas de nuestros propios errores y del autoengaño de creernos suficientes, cuando en realidad, nada somos.

Bien dijo Dios a Adán y a Eva que por el pecado original, la desobediencia, padeceríamos aflicción y todo lo que esta implica: trabajo para ganar el fruto de la tierra-nuestro sustento-, contradicciones entre el hombre y la mujer, falta de entendimiento entre los pobladores de la tierra -la Torre de Babel-, dolor en las preñeces, la llegada misma a la vida empieza con sufrimiento y llanto, y la siempre latente realidad de la muerte que nos asecha a cada paso, a cada bocanada de aire. Obviamente satanás inició todo este andar trágico, pero no dejamos de ser responsables hombres y mujeres, le abrimos la Puerta al pecado y la cerramos a Dios, El dejó de habitar en nuestros corazones, no porque quiso, sino porque sus criaturas así lo decidieron.

Pero según entró el mal y la muerte a nuestro mundo, así estuvo latente la esperanza: El Hijo ha sido el encargado de restaurar lo que se rompió en los inicios de la humanidad. Lo que rompimos con solo una decisión costó la sangre del Unigénito y el alto precio de rebajarse hasta lo sumo. La muerte en la cruz de Jesús no fue una más: sobre El llevó todos nuestros pecados, enfermedades, debilidades, toda nuestra dura humanidad la cargó en los brazos de esa cruz. Cada paso al Calvario fue el cumplimiento de la Antigua profecía, con sus pies ensangrentados pisó la Cabeza de la serpiente Antigua, aunque esta lo hirió en el calcañar. Molido fue por nuestras culpas, pero los clavos en sus manos y pies han sido la cumbre de su Victoria, vencida y sorbida fue la muerte, aplastada la serpiente antigua, reconciliados a través de El con Dios, pagada nuestra deuda.

El camino a la cruz fue en solitario, el Hijo marchó a la conquista de la vida solo. Sus siete expresiones antes de dar cumplimiento a su supremo objetivo dan los elementos de su propósito:

“PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN” (Lc 23,34). Esta intercesión por nuestro perdón es suficiente para que el Padre lo conceda, ella es la llave de nuestra salvación, el arrepentimiento es el introducir la llave en la cerradura de la puerta que Dios nos ofrece para abrirla y encontrar la vida que solo Jesús logró para nosotros en esa batalla que inició con su muerte de cruz.

“YO TE ASEGURO: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO” (Lc 23,43) La promesa de Cristo al ladrón arrepentido, es también para cada uno de nosotros. El conquistó la vida eterna para todo aquel que crea en su Palabra y se arrepienta. Garantizado tenemos un lugar en el Reino de los Cielos, del cual somos coherederos con El.

“MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO. HIJO, AHÍ TIENES A TU MADRE”  (Jn 19,26) El canal para la humanidad de Jesús fue María, mujer indiscutiblemente excepcional, solo así pudo Dios elegirla para cargar en su vientre el fruto del Espíritu Santo, pero Jesús no pertenece a María, al contrario María es de Jesús, la sensibilidad del hijo humano lo convoca a dejar a la mujer que lo trajo al mundo en manos de quien El sabía se haría cargo de ella. En todo fue ejemplo nuestro Salvador, también en este detalle.

“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?” (Mt 27,36) Esta frase nos indica el misterio de la naturaleza del Jesús humillado, cien por ciento Dios, cien por ciento hombre, el Jesús que como ya decía debe sumergirse en el abismo profundo de la muerte en total soledad, en total sufrimiento. El inocente que carga sobre sí las culpas ajenas. El Hijo que siente la mordida de la serpiente en su calcañar.

“¡TENGO SED!” (Jn 19,28) Otra señal de la humanidad de Jesús, de las limitaciones de su cuerpo físico. Se hizo débil por nosotros. ¿Qué más le podemos pedir a Dios? Tengo sed, y la respuesta de aquellos por quienes había pedido perdón al Padre, de aquellos por quienes moría en ese mismo instante, fue darle de beber vinagre. Vinagre sobre sus heridas, sobre su carne lacerada, otra vez nuestro desprecio al regalo de vida del Creador.

“TODO ESTÁ CUMPLIDO”  (Jn 19,30) Todo lo que Dios tenía que hacer para nuestra reconciliación fue cumplido a través de su Hijo. Solo Jesús, sin pecado, podía lograr esa reconciliación. El pecado nos alejó de Dios, el Cordero inmolado lo venció con su sangre. Cristo ha sido el vencedor y aceptarlo a El es la decision más inteligente que los seres humanos pueden tomar. Nuestra deuda con Dios es insaldable por nosotros mismos, de nada valen los sacrificios. Solo por la sangre de Jesús nuestra deuda ha sido pagada.

“PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU”  (Lc 23,46) La cumbre del éxito, la paradoja divina. La muerte ha sido el triunfo de Dios y el nuestro. La muerte se hizo vida a través del expirar de Jesús. “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. 1 Corintios 15:55-57.

 

Cada momento de nuestra vida es adecuado para pensar en Dios, en su propósito en nosotros, en lo que ha hecho y quiere para nuestro futuro, un futuro que excede el fin de esta vida terrena. La decisión de Adan y Eva nos apartó del Creador, pero Jesús vino para darnos vida y en abundancia. Su muerte en la cruz derrotó a satanás y puede quitar el efecto eterno de la muerte sobre ti si le abres tu corazón y le dejas entrar a morar en él. No dejes para mañana esa decisión, hoy es el día propicio para tu salvación.


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